Andrés Tagliavini lleva una barba larga y unas ropas ajadas. Camina por la banqueta de la acera de enfrente a la Plaza Río de Janeiro, en el corazón de la colonia Roma. De pronto irrumpe en el Roma Bistrot, adonde dos hombres y una mujer ocupan una de las mesas del fondo. Pide a la mujer, quien viste de amarillo, que le deje ver a sus hijos, pero dos meseros lo sacan en volandas. Andrés es productor de la película Guerra de likes (antes Córtalas), ésta se filmó en la Ciudad de México durante seis semanas, y aparece con este personaje que es catalizador de uno de los desencuentros de las protagonistas, interpretadas por Ludwika Paleta y Regina Blandón.
Precisamente Regina es quien está en escena. Le hacen una toma cerrada en la que muestra una foto a través de la pantalla de un celular. Cuando platicamos con ella, una tarde otoñal en la que ni siquiera se había oído hablar del COVID-19, nos dijo, ya cambiada y con bolso en mano para salir al teatro (entonces todavía había funciones regulares y ella se presentaba en una obra), que Raquel Gámez, su personaje, “está negada totalmente a las redes sociales. A ella no le gusta esta onda, es mucho más vintage digamos y atesora mucho esto de verse cara a cara con la gente y de pronto ves cómo empieza a caer en las redes de las redes sociales, cómo la atrapan”.
La historia de Guerra de likes, una película dirigida por la española María Ripoll (Lluvia en los zapatos, 1998) que estrenó este 12 de marzo por el servicio de streaming de Prime, sigue a Raquel y a Cecilia Díaz (Paleta), dos amigas de la preparatoria que se reencuentran muchos años después para luego enemistarse de forma encarnizada debido a las redes sociales.
“Todos estamos en esa onda», dice Regina en la breve entrevista cronometrada, «mucha parte de mi trabajo tiene que ser por redes sociales, por promociones de teatro o lo que sea, y de pronto sí te ves envuelto en discusiones con gente que ni conoces. Pero es justo eso: Raquel empieza a caer en esa onda y de pronto ya no sabe cómo salir. Ceci es lo opuesto: es totalmente entregada a redes sociales y de repente se da cuenta que lleva mucho tiempo alejada de lo que en realidad importa”.
Afuera del edificio de Río de Janeiro donde hace base la producción en ese momento, el local de Filomeno Gran Cantina, los extras esperan la orden para entrar a escena sentados en las jardineras, confundidos con los peatones que transitan por allí. Me paro en la plaza y sigo al personal que cuenta pasos, da instrucciones y evita que alguien aparezca a cuadro por despiste. El reto de esta producción, nos dice Tagliavini en el set preparado para las entrevistas, es hacer algo diferente aunque el género sea comedia. Por eso, agrega, su meta fue conjuntar un reparto y un crew sólidos, cada vez más escasos por el entonces incremento de producciones.
Cuando pasé con María Ripoll, en ese set de la planta baja al que accedí por un pasillo oscuro, me habló de la estética que implementó en la película, Guerra de likes. “La estética de Raquel y Cecilia son muy diferentes en cuanto a lenguaje visual, en cuanto a movimientos de cámara, en cuanto a colores. Y sí que intenté diferenciar mucho estos mundos porque luego colisionan y explotan: la amistad entre ellas dos es como un tercer personaje y la enemistad por culpa de las redes también es otro personaje.»
También comenta: «Era muy divertido planificar la dirección visual de la película porque realmente tienes dos mundos opuestos muy interesantes de plasmar. Los colores de Ceci son muy brillantes, hay mucha luz, su casa es muy de cristal, todo respira, los planos son amplios, la cámara se mueve lenta, todo es simétrico, perfecto. En el mundo de Raquel todo es caótico, la cámara es en mano, hay más oscuridad, claroscuros, más búsqueda, más intentar averiguar qué le pasa”.
Eso es imperceptible en set. Entramos casi corriendo a un espacio estrechísimo dentro del restaurante, detrás de las cámaras donde apenas podemos respirar. La toma es casi una cortesía para la prensa. Lleva unos segundos, se repite y se da por concluida la jornada de trabajo. Han sido muy respetuosos de los tiempos de los actores, me dice Tagliavini, porque tienen agenda de teatro. Regina subrayará esa parte antes de salir aprisa y perderse en las calles de la colonia Roma. A Ludwika no la vemos en set pero sí en la sala de entrevistas. Allí, cómodamente instalada, dirá que llamó mucho su atención la comedia de Maria Ripoll:
“Vi algunas de sus películas y me pareció que tiene un tono diferente a lo que se hace en México. Me interesaba entender por qué razón los españoles o los argentinos hacen este tipo de comedia tan diferente y en qué radicaba eso. Me gustó mucho la premisa de la historia, contar o hacer una crítica social o exponer este fenómeno de la vida a través de las redes sociales y de cómo uno se puede inventar completamente un alter ego y según lo que quieras mostrar eso lo muestras al mundo o a tus followers. Siento que todavía no entendemos muy bien cuáles van a ser las consecuencias de esto y sin embargo seguimos jugando este juego como si estuviera de por medio nuestra vida”.
Al final, dice en algunos de los poco más de 300 segundos de entrevista, la película de Guerra de likes es sobre el enfrentamiento con la realidad y con lo que de verdad importa.
“Tus amigos no son tus amigos por lo que posteaste en las redes sociales o porque ese día te vestiste bien o no, sino porque te quieren por lo que eres tú y no por lo que muestras en una pantalla”. Y externa su preocupación por el tono exacerbado de la película: “siento que estoy haciendo algo súper arriesgado, espero que no esté más allá de la línea, demasiado pasado, pero también es una elección y un riesgo que tomamos, sobre todo yo pero también la directora, de hacer algo que muchas veces en la vida pensarías que no existe pero yo lo he visto”.
Al salir, solo quedan los camiones estacionados guardando todo para el siguiente día de rodaje. Ya no hay nadie vigilando el paso de los peatones.
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