Cuando integran a una buena película fragmentos de una obra clásica, nunca volvemos a oír ese fragmento como lo habíamos escuchado antes. Después de haber visto la película, asociamos esa música a la escena, como sucede con el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, en donde el profesor von Aschenbach viaja en góndola al Hotel Lido en Venecia, mientras se pregunta: “¿quién no experimenta un cierto estremecimiento, quién no tiene que luchar contra una secreta opresión al entrar por primera vez o tras larga ausencia, en una góndola veneciana?”, tal como se le ocurrió a Visconti basado en la Muerte en Venecia de Thomas Mann en esa escena que parece eterna, como nos parece el movimiento sinfónico. Desde entonces, cuando volvemos a oír el Adagietto, no podemos pensar en otra cosa que en el profesor acalambrado por la belleza de Tadzio desde que lo vio en el Lido.
También nos sucede cuando escuchamos el Tercer movimiento, Poco allegretto de la Tercera Sinfonía de Brahms, tema musical de Aimez-vous Brahms…, (1961), traducida al inglés como Goodbye again, basada en la novela de Françoise Sagan, la existencialista que leímos en la juventud para entender la importancia del aquí y ahora. Una película inolvidable en donde la música está integrada a la acción como en la escena en donde Ingrid Bergman (Paula, 39 años) va en el Triumph convertible al lado de Anthony Perkins (Simón, 25 años) por París, después de oír esa sinfonía en una sala de conciertos. A partir de esa película, el tercer movimiento de la tercera Sinfonía siempre lo asociamos con el triángulo amoroso y apasionado que dura lo que dura la felicidad.
Algo diferente pasa con Casablanca cuando Ingrid Bergman, como Ilse Lund, llega al Café de Rick y le pide a Sam que vuelva a tocar As Time Goes By, tal como la cantaba en París. Sam le dice que no se acuerda y ella la tararea para que no le quede otra que empezar a cantarla y, nosotros, como Ilse, estamos con lágrimas en los ojos al oír con esa voz ronca, y recordamos cómo bailaban A Kiss is just a Kiss… para que se nos venga encima esa historia de amor, como la cuentan en esta película que, como bien dicen, es el parteaguas en la historia del cine.
De niño me gustaba que me volvieran a contar el mismo cuento una y otra vez, ya sea para saborear la historia o para elaborarla. Tal vez por eso, vuelvo a ver Casablanca para digerir cómo es que el Destino les juega chueco, interrumpiendo ese amor apasionado que se convierte en nostalgia pura.
Así como la música domina la escena, hay otros casos en donde la película domina a la novela, como en Mansfield Park de Jane Austen o, la más notable de todas, El Gatopardo (1963) de Visconti, basada en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa con Burt Lancaster como el Príncipe Don Fabrizio Salina; Alain Delon como Tancredi Falconeri y Claudia Cardinale, como la guapísima Angélica Sedara en uno de los mejores papeles de su vida.
No es posible volver a leer la novela sin que veamos justo ese palacio de Donnafugata en Sicilia, con el estudio y observatorio del Príncipe; la salida a la cacería por la madrugada con don Fabrizio y sus perros; el polvo del verano; el cura y Sedara, el alcalde del pueblo así como, la belleza de su hija Angélica y el vals, compuesto por Nino Rota, al final de la película, con el Príncipe antes de confirmar que todo cambió para que todo siguiera igual.
Cuando leemos una novela, imaginamos a sus personajes y los lugares que habitan al ritmo de su lectura como cada quien lo hace a su manera y circunstancia. Al ritmo de la lectura imaginamos mucho mejor que lo que muchos cineastas nos ofrecen, excepto Visconti, en donde gana Angélica Sedara tal como la vemos en la pantalla grande.
(malba99@yahoo.com)
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