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Filmar la jungla: Yulene Olaizola y el arte de dirigir paisajes

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En la selva de Yulene Olaizola todo es verde, el color de la vitalidad y la abundancia, pero también el de las ambivalencias: aquel que resulta de la unión de tonos fríos y cálidos, que fusiona siempre extremos; vida pero también veneno, peligro, enfermedad y muerte. En ese paraje, al tiempo fecundo e inhóspito, la directora mexicana decidió filmar su quinta película, la más ambiciosa de su filmografía. Una locación que, además de selva también es frontera: solo que la otra, la del sur, la que siempre se nos olvida y que, también en lo que respecta a representaciones cinematográficas, se ha quedado un poco a la sombra del atractivo caótico de su contraparte del norte. Belice, al fin y al cabo, no es Estados Unidos. 

Ganadora de dos premios paralelos en la pasada Mostra de Venecia y, recientemente, del Premio FIPRESCI en el festival de Mar del Plata, la película muestra a dos hermanas beliceñas que, en el año de 1920, intentan cruzar a México atravesando el Río Hondo. Ambas, sin embargo, despiertan en pantalla a una leyenda maya antigua. De acuerdo con el mito de Xtabay, en la selva habita una mujer, deidad y demonio, que se encarga de seducir y castigar a los hombres pecadores, aquellos que la creen vulnerable. Es una suerte de sirena: la perdición de los descarrilados. Serán los trabajadores del chicle, aquellos temerarios que suben con cuerdas a las alturas de los chicozapotes para cosechar el preciado material, quienes quedarán a merced de la diosa.

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Selva trágica, de Yulene Olaizola, toma elementos del mito maya de la Xtabay y los lleva a la pantalla grande.

 “Desde hace muchos años conozco la región del sur de Quintana Roo, específicamente había tenido oportunidad de estar por Chetumal y la frontera con Belice”, nos cuenta la realizadora. “Y desde que conozco esa región me llamó mucho la atención esa frontera, porque siento que es un país del cual desconocemos mucho como mexicanos. Es muy interesante, de entrada, tener un país vecino así, con el inglés como lengua oficial y con una mezcla étnica y cultural grande. Los dos países han intercambiado mucho a lo largo de la historia”.

Una vez convencida de filmar ahí, Yulene vivió en la región durante cuatro meses, antes de la escritura del guion. Ahí conoció sus rincones, su gente, sus experiencias, sus anécdotas, sus mitos. Se encontró con la leyenda de Xtabay mientras realizaba su investigación, cuyo imaginario se unió a las ideas despertadas a su vez por una novela mexicana, escrita por Rafael Bernal (El complot mongol) y ambientada en los años 20, en donde la cineasta leyó sobre la industria del chicle y lo importante que fue para el desarrollo la región en esa época.

“Una de las cosas que me llamaron la atención era lo importante que se volvía la selva para la industria del chicle: cómo esta selva era descrita casi como una identidad viva, que tiene sus propios poderes. Tiene una vida y carácter propio y específico. Me sedujo la idea de filmar ahí y de seguir un poco la tradición de mis películas, que es que los lugares se vuelven personajes primordiales: siempre los espacios y los ambientes que estas locaciones generan”.

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Selva trágica, quinto largometraje de Yulene Olaizola.
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Escribir la jungla

El cine al que Yulene Olaizola siempre se ha sentido atraída es aquel que nace de los espacios, de las personas, de las experiencias y, muchas veces, de lo que sucede ante los propios ojos, a la hora de filmar. Guarda un espíritu que reacciona y documenta, incluso desde la ficción. Desde su ópera prima, el documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, hasta la épica de la Conquista, Epitafio, su cine –reforzado en dupla creativa con Rubén Imaz– responde al presente de los lugares y de la naturaleza y se deja transformar por éstos. El proceso de escritura, por tanto, es uno de evolución constante, que continúa durante el rodaje y cuyo desarrollo también depende de otros procesos creativos simultáneos.

“La escritura del guion fue un proceso muy largo, de un año, que además va de la mano del de financiamiento. Porque mientras consigues eso, sigues escribiendo”, nos platica la cineasta. “Una vez que tengo un primer tratamiento, el siguiente trabajo de guion ya va de la mano con empezar a hacer scouting y casting. El guion agarró forma cuando hubo oportunidad de avanzar con los otros procesos creativos. Si no tengo oportunidad de avanzar con esas otras cosas, el guion se vuelve meramente una lista de ideas muy vaga. La única forma de realmente aterrizarlas, en mi caso, es escribir ya con actores y locaciones en la cabeza. Si esos espacios o personas no existen pues es pura imaginación mía”.

Aunque también cuenta con la participación de figuras como Eligio Meléndez y Gilberto Barraza, buena parte del elenco de Selva trágica estuvo compuesto por actores no profesionales, beliceños y mexicanos, incluyendo a dos hermanos chicleros mayas, Mariano y Antonio Tul Xool, a quienes Yulene conoció durante su investigación. La cineasta decidió finalmente escribirles personajes y meterlos a la ficción. Las dos actrices beliceñas, Indira Rubie Andrewin y Shantai Obispo, por otro lado, fueron elegidas en un casting realizado en Belice, a través de las redes sociales. Selva trágica constituye el debut de ambas en el cine.

“Es un país muy rural, no tiene una industria audiovisual por lo que no puedes apoyarte en alguna institución cultural, de teatro o algo para mover una convocatoria de casting”, platica la realizadora, para quien los paralelismos entre actrices y personajes resultaban cruciales. “Más allá de las capacidades histriónicas que puedan tener, para mí, lo más importante es su presencia en cámara y encontrar esas similitudes. Era importante, también, tener una actriz realmente beliceña de protagonista, que solo hablara inglés, para que las experiencias que tiene en la película fueran lo más reales posibles: una beliceña rodeada de mexicanos con los que no puede hablar”.

La debutante beliceña Indira Rubie Andrewin protagoniza Selva trágica, de Yulene Olaizola.
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Filmar la jungla

La naturaleza devora. Cambia las dinámicas de las personas que por ella transitan y solo la disciplina le permite a uno salir avante, ya seas un grupo de chicleros experimentados o el equipo de producción de una película. “Algo principal era la seguridad del crew”, nos comenta Yulene, “por peligros de mordeduras de serpiente o insectos o árboles venenosos. Algunos del equipo tuvieron que aprender a administrar antídoto antiviperino, por si se requería, para que hubiera tiempo de llegar a una clínica. Había que tener una serie de normas de seguridad. Nos apoyamos mucho en el trabajo de gente local, que nos podía guiar y prevenir de los peligros. Era cuestión de fijarte mucho por dónde caminas, qué tocas, y no meterte o invadir zonas que no hay por qué invadir”.

El respeto a la naturaleza y las vidas que los rodeaban fue una constante durante el rodaje, que contó con un equipo de cerca de 50 personas: “En nuestro caso siempre tratamos de trabajar muy en contacto con la gente que vive en esos lugares. No puedes llegar a destruir el lugar donde alguien más vive, trabaja y depende de eso para vivir”.

Para Yulene, trabajar con paisajes es como trabajar con actores: debes tener la capacidad de dirigirlos. En eso, retoma las ideas de Werner Herzog. “No solo es llegar y poner la cámara”, nos explica. De la mano de la cinefotógrafa Sofía Oggioni, la cineasta propone en Selva trágica –como sucedió con Epitafio– un cine que utiliza a la naturaleza, y no a los decorados, como el escenario de un pasado histórico. Para ello, se apropia del paraje, primero con la mente y los sentidos; después con el guion y el rodaje.

«Uno debe entender cómo sacar de él lo que uno quiere. ¿Cómo quieres filmar a la jungla tú? ¿De día o de noche? ¿con luz o con sombra? ¿estática o no? En el cine hay una serie de posibilidades enormes. Ese es un trabajo de mucha investigación, de conocerlos bien. Hay que visitarlos con cámara en mano muchas veces antes de filmar».

Selva trágica es la producción más ambiciosa hasta la fecha de la cineasta Yulene Olaizola.

Sin embargo, la cineasta también aclara que saber dirigir los paisajes requiere a su vez mucha flexibilidad en el set: la capacidad de adaptarse. «Hay una parte que implica mucha improvisación, porque las visitas quizá no se den en la misma época del año, la luz cambia, nunca sabes qué condiciones tendrás. Si te tocó un día lluvioso y querías uno soleado, pues ni modo, a veces no puedes modificar u plan de trabajo. Uno puede tratar de acercarse a lo que uno tenía previsto, pero debe estar abierto a cambiar los propios planes, porque también cuando trabajas en exteriores y luz natural, muchas veces el trabajo del director es adaptarse a las condiciones y sacarles provecho. Por eso es necesario saber cuál es la esencia de tu visión, para poder ser flexible».

Dicha capacidad de adaptación, en este caso, también fue requerida en los procesos de posproducción, que se vieron afectados por la pandemia. «Tuvimos que mover calendarios. Y luego pensábamos que todo estaría mejor para los festivales y no fue así. Ha sido un continuo adaptarse y tratar de sacarle lo mejor posible a la película. Me alegra que sí haya salido a la luz. A varios nos pasó por la cabeza enlatar las películas, pero ahora sabemos que el próximo año estaremos igual, así que me da gusto que sí hayamos tomado esa decisión, arriesgada quizá, de haberla sacado y afrontado la realidad como es».

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