De acuerdo con la legendaria Ursula K. Le Guin, la ciencia ficción puede ser vista y definida, si así lo preferimos, como un experimento del pensamiento: ¿qué sucedería si los androides fueran indistinguibles de los seres humanos?; ¿o si hubiera más planetas en donde la vida humana fuera posible? ¿o si el viaje interestelar parte de nuestro día a día?. Si embargo, la ciencia ficción no es y nunca será –al menos no como creemos– un vistazo a nuestro futuro.
«El propósito de un experimento de pensamiento no es predecir el futuro», aclara la escritora en las Notas de Autor que acompañan La mano izquierda de la oscuridad, publicada en 1969 y considerada una de las obras maestras de sus seis décadas de carrera literaria. «Su propósito es describir la realidad, el mundo de hoy. La ciencia ficción no es predictiva, es descriptiva».
Creadora de universos y una de las novelistas más importantes del siglo XX, Ursula K. Le Guin nació un 21 de octubre de 1929, en California, y falleció en enero de 2018. De padre antropólogo y madre escritora, usó su particular sensibilidad e inclinaciones antropológicas y filosóficas para idear mundos imaginarios que plantean preguntas para el hoy: nos interpelan y nos hacen cuestionar al nuestro, «el real», el mundo de ahorita. ¿Cómo sería una sociedad humana en la que las personas fueran andróginas y cambiaran de género cada mes sin elección sobre si les tocará ser mujeres o hombres: donde todos pueden, por tanto, ser padres y madres? ¿Qué tipo de lenguaje desarrollarían? ¿Qué clase de gobierno, economía y relaciones afectivas establecerían? Le Guin responde y complejiza estas cuestiones en La mano izquierda de la oscuridad.
Sin embargo, como ella misma señala, no se trata de una extrapolación, uno de los elementos más usados para describir a la ciencia ficción, que consiste en tomar un fenómeno del presente, intensificarlo y llevarlo a su extremo en el futuro, casi siempre con el mismo resultado: el fin de la humanidad, la distopía. Un tratamiento simplista y repetitivo de esto, trabajar la ciencia ficción como una mera extrapolación, puede ser cansado y deprimente para el lector o espectador. «Sí, [en La mano izquierda de la oscuridad] las personas son andróginas, pero eso no quiere decir que yo esté vaticinando que en un un milenio todos vamos a serlo, ni anunciando que deberíamos serlo. Simplemente estoy observando, en una peculiar manera de experimento del pensamiento, propia de la ciencia ficción, que si nos vemos bien ahorita, en ciertas ocasiones, momentos o climas ya somos andróginos. Estoy describiendo ciertos aspectos de la realidad psicológica de la forma en que lo hacemos los novelistas, que es inventando circunstancias y mentiras elaboradas».
De acuerdo con Le Guin, ni los escritores ni los artistas son futurólogos ni profetas. Más bien, utilizan mentiras, ficciones, para hablarnos de nuestro presente, de las verdades de nuestro ahora. La experiencia de leer una novela, por tanto, se asemeja más a la locura que a cuando leemos el reporte del clima. «Cuando leemos una novela estamos locos. De atar. Creemos en la existencia de personas que no existen, escuchamos sus voces», explica la autora. «Al leer, debemos saber perfecto que todo es un engaño, y después, creer cada palabra. Finalmente, cuando terminemos, quizá descubramos –si es una buena novela– que hemos cambiado un poco, como cuando conocemos un nuevo rostro o cruzamos una calle que nunca habíamos cruzado antes. Pero es muy difícil decir qué aprendimos, y cómo fue que cambiamos».
La ciencia ficción, por tanto y como toda ficción, no es una predicción certera del futuro, sino una metáfora. La única diferencia, explica la escritora, reside en el tipo de metáforas que usa. Los viajes espaciales son una metáfora, los primeros contactos con alienígenas son una metáfora, esos mundos imaginarios son una metáfora: «El futuro es una metáfora», señala. ¿Métáfora de qué? Probablemente de nosotros, del presente, aunque nunca es posible definirlo bien. «Si pudiera decirlo sin metáfora no hubiera escrito toda esta novela», explica. «El artista lidia con aquello que no puede ser explicado con palabras. El artista que tiene como medio a la ficción hace esto con palabras. El novelista dice con palabras lo que no puede ser dicho con palabras».
Esa es la paradoja de la ficción. Después de todo, como nos informa el protagonista de La mano izquierda de la oscuridad en sus primera líneas, la verdad es un asunto de la imaginación. Ursula K. Le Guin lo tuvo claro siempre: «Soy una artista también y, por lo tanto, una mentirosa. No confíen en nada de lo que digo. Estoy diciendo la verdad».
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