Quizá no haya cosa más inapropiada que tildar a Praga de kafkiana, pero en tiempos de pandemia todo se ha tornado infinitamente más extraño en el mundo. Y es que es bien sabido que desde hace varios años la capital de la República Checa se convirtió en una suerte de parque de diversiones urbano. No había quien pisara Europa sin robarse un pedazo de Praga y de sus edificios góticos y de sus míticas cervezas, con lo que el sitio de nacimiento del escritor de La metamorfosis se había hecho imposible hasta para caminar por él sin necesidad de andar sorteando paseantes. En los días en los que se celebró el Festival Internacional de Cine México Praga (MPIFF) -del 11 al 15 de septiembre-, sin embargo, lo que se plantó frente a nuestros ojos fue una ciudad semidesierta, ocupada únicamente por praguenses que -se les notaba en la mirada- se hallaban descolocados, intranquilos, como si las habituales hordas de turistas preguntones les hicieran falta.
Pero ahí estaban ellos. Y allí nosotros. Y lo que nos unió fue una fiesta de cine. Quizá la única que, aparte del Festival de Venecia, se celebró en Europa en el noveno mes del año. Fue así que, tras de las palabras de inauguración brindadas por Patricio Ibargüengoitia, codirector del MPIFF, y de la embajadora de México en República Checa, Leonora Rueda Gutiérrez, visitantes y locales ingresamos a la función de Mamacita, documental de José Pablo Estrada que fue elegido con tino como película abridora.
A partir de ese momento, tres sitios de proyección (las salas de cine Pilotu y Zvetozor, más las instalaciones del Instituto Cervantes) se darían a la tarea de mostrar a México -o una muestra de lo que es, o de lo que fue, o de lo que puede llegar a ser- con un manojo de cintas para las que no faltó audiencia en ningún momento, ni siquiera pese a que a dos días apenas de que el Festival Internacional de Cine México Praga diera inicio se elevaran las medidas sanitarias en la República Checa y el país fuera designado de “riesgo” por otros miembros de la Unión Europea, Alemania entre ellos. Es cierto que hubo una que otra función a medias, pero tales desaires se compensaron con las salas llenas que tuvieron las exhibiciones de Polvo o Chicuarotes, o con esa expresión entre incrédula y preocupada que Tempestad, de Tatiana Huezo, dejó cincelada en el rostro de los espectadores, jóvenes en su mayoría. Todas y todos ellos parecían incapaces de creer que un país tan energético y amable, como lo es México, también pudiese estar habitado por monstruos. Incluso Milena, una mujer que, de acuerdo a lo que nos contó, además de amar el cine recién había cumplido los ochenta de ochenta y dos años, se veía un poco más inquieta que de costumbre. Cinéfila absoluta, la carismática viejecita acudió puntualmente a todas las proyecciones y con ello se convirtió no sólo en un símbolo de tenacidad sino también, dados los tiempos, en un ejemplo de que el amor al arte en ocasiones puede -o debe- imponerse al miedo.
Con un poco de suerte, el año próximo el panorama relativo al coronavirus será otro y entonces, para empezar, el Festival Internacional de Cine México Praga continuará cumpliendo el sueño de Milena y de todos los praguenses que, por nacimiento o por adopción, esperarán con ansias este ciclo de cine, el cual ha empezado a engrasar los motores para una tercera edición. Tal vez incluso la cuota de once largometrajes y un puñado de cortos que hubo ahora aumente de tamaño y eventos paralelos, como La Calle Mexicana, se celebren, con lo que la presencia de la cinematografía mexicana en suelo checo se vería reforzada. Ello por no dejar de mencionar la necesaria presencia de Damián Alcázar, también codirector del festival, y el arribo de todas esas personas que desearán presentar su película y compartir algunas palabras relativas a su oficio. Quizá todos ellos ya no se vean en la necesidad de quedarse, como en esta ocasión, con el boleto de avión o de tren en la mano y un melancólico festejo a la distancia.
Valdría la pena. Aun incluso si Praga sacrifica un poco su naturaleza kafkiana y, fiel a su costumbre desde hace décadas, vuelve a atiborrarse de turistas.
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