Los créditos en las películas no son algo de lo que se hable muy seguido. No obstante, su importancia para el arte –y para la industria– es vital. Según la historiadora española María Begoña Sánchez Galán, las secuencias iniciales o finales de un largometraje “son el documento legal que reconoce la participación en la película de cada uno de los nombres propios que aparecen”.
Es innegable que, cuando alguien realiza algún trabajo del que se siente orgulloso, su emoción es todavía mayor cuando lo ve reconocido. En el ámbito fílmico, cada miembro del equipo de producción es esencial. Sabiendo esto, ¿por qué no conocer sus nombres? Un maquillista merece los mismos aplausos que las estrellas puesto que, con sus habilidades, ayuda a que las mejores transformaciones físicas sucedan, mientras que una actriz de doblaje le da voz a nuestros personajes favoritos, al igual que un gaffer se asegura de que todo esté perfectamente iluminado en las tomas que nos encantan.
Aunque no los vemos, todos ellos aparecen en los productos terminados. Además, gracias al movimiento y la imaginación, ¡sus nombres están más vivos que nunca!
A continuación, un breve repaso por los momentos más importantes de los créditos en las películas y cómo pasaron de ser un mero requisito a una forma de arte.
Desde que comenzaron a surgir proyectos audiovisuales de entretenimiento (con la masificación del cinematógrafo de los Lumière) se hizo presente la necesidad de darle un lugar a los involucrados. En 1897, como parte de su película Pelea de almohadas, Thomas Edison se convirtió en la primera persona en anteceder la acción con letras, situando frente al lente un letrero cuya única función era informar que los derechos de autor le pertenecían a él.
Poco a poco, esto se quiso aprovechar más. Se recurría a dibujantes profesionales, quienes diseñaban tarjetas en las cuales se hacían presentes diseños muy intrincados para introducir al director y los actores. Estos elegantes rectángulos de cartón se ponían delante de la cámara cuando se iniciaba la filmación para incluirlos en el producto final.
Si bien durante esa época no se les daba mucha importancia a los nombres de las obras, esa tendencia empezó a cambiar a principios de los años 1900, cuando, además de comunicarle a la audiencia quiénes iban a estar en pantalla, se decidió presentar los títulos de cada producción. Para varios historiadores, el encargado de revitalizar la tendencia de colocar una “title card” –o tarjeta de título– al inicio de un largometraje fue el realizador D.W. Griffith.
Un gran ejemplo de lo que él hacía para marcar los títulos de sus cintas en las mentes de los espectadores es la secuencia de apertura de uno de sus trabajos más celebrados: Intolerance, de 1916. De golpe y sin previo aviso, aparece la imagen estática, cuya efectividad es indiscutible, puesto que todo es excesivamente grande.
Cuando el mundo supo del cine con sonido, la historia de los créditos en las películas cambió para siempre, pues las presentaciones ya podían incluir temas musicales, además de que también contaban con transiciones (o “swipes”, similares a los que se empleaban en los seriales).
Un ejemplo de esto se ve en la película King Kong, de 1933.
Esa laboriosa, pero muy artesanal, tendencia de hacer las presentaciones estáticas y sin animaciones continuó por muchos años más. No se sabe cuál fue el último proyecto que empleó la técnica, pero lo que sí es seguro es que a mediados de siglo su monotonía ya no era bien recibida. Así, entraron al juego otros cerebros sumamente creativos. Probablemente la persona más influyente dentro de la “nueva ola” en el arte de las secuencias de créditos es Saul Bass, quien, habiendo estudiado diseño gráfico (el logotipo de AT&T y muchos otros son de su autoría), comenzó a crear pósters para películas.
Su primer trabajo para la pantalla fue crear la secuencia inicial de Carmen Jones, dirigida por Otto Preminger y lanzada en 1954. Durante su proceso creativo para este filme, se dio cuenta del potencial que tenían los segmentos de créditos, pues se podían utilizar para enganchar a los espectadores y mantenerlos en sincronía con el tono de la historia. En alguna ocasión, Bass comentó lo siguiente (vía):
“Para el público normal, los créditos dicen que sólo quedan tres minutos para comer palomitas. Yo tomo este periodo ‘muerto’ e intento hacer más que simplemente deshacerme de los nombres en los que el público no está interesado. Apunto a preparar a la audiencia para lo que viene, hago que esperen”.
A lo largo de su carrera, Bass también trabajó con su esposa Elaine, con quien produjo una gran cantidad de secuencias. La pareja trabajó con cineastas como Alfred Hitchcock y Martin Scorsese, y sus colaboraciones con ambos son sumamente apreciadas.
La época del resurgimiento de los créditos también estuvo marcada por dos figuras muy importantes, cuyos estilos continuaron siendo el referente hasta mediados de la década de los 70: el cubano Pablo Ferro (famoso por trabajar en Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick) y el estadounidense Maurice Binder (cuyo mayor legado fue crear los fragmentos de apertura de las cintas centradas en James Bond: la idea de ver al agente aparecer en medio de un cañón y dispararle a la pantalla fue suya).
Es destacable que, durante esta etapa, el color y el dinamismo estaban por todos lados, aunque los diseños seguían siendo dibujados con tinta y lápices.
Sorpresivamente, la utilización del CGI para crear los créditos de las películas no es tan reciente como se podría creer. De acuerdo con el video ensayo The Film Before the Film, el primer filme en utilizar gráficos generados por computadora para crear el segmento de créditos fue Superman, de 1978. En aquel entonces, la audiencia quedó apantallada, pues cada que un nombre aparecía, se desplazaba hacia adelante con un barrido alucinante. Si a eso se le agrega la genial música de John Williams, el viaje estaba completo.
Pero no fue sino hasta mediados de los 80 y principios de los 90 que programas más intuitivos como After Effects hicieron más sencilla la creación de estos fragmentos. Las primeras películas de David Fincher hicieron un extensivo uso de las capacidades de las computadoras para crear atmósferas geniales. Hoy, los procesadores avanzados, las animaciones y renderizados permiten crear secuencias impresionantes.
Ciertamente, los tiempos cambian y, con ellos, la forma de presentar los proyectos. En la actualidad, es común ver que los créditos de las películas estén al final (¡ah, esa interminable lista de caracteres!), pero lo cierto es que, durante la época clásica las mejores películas únicamente acababan con un “THE END” y listo, la pantalla dejaba de albergar vida.
Uno de los primeros y más reconocidos casos de cuando un cineasta luchó en contra de esta regla fue el de George Lucas, quien colocó los nombres de su equipo en los últimos minutos de Star Wars, en 1977.
Ya son pocas las películas que retribuyen a su equipo entero al inicio, pero aún quedan algunas que lo hacen.
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Entonces, ¿vale la pena quedarse a ver los créditos de las películas, sean finales o iniciales? Eso es decisión propia, pero resulta gratificante retribuir a quienes trabajaron arduamente para que nosotros nos deleitemos cada que un fotograma avanza.
La entrada Más que sólo nombres: La historia de los créditos en el cine se publicó primero en Cine PREMIERE.
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