Al inicio del Foro de Cineastas Indígenas Mexicanas: Identidad y Nuevas Narrativas, celebrado en el marco del 17 Festival Internacional de Cine de Morelia, las palabras en p’urhépecha tomaron al Teatro Rubén Romero. Tras presentarse a sí misma en su lengua originaria, la cineasta Magda Cacari, proveniente de la comunidad de Nurio, Michoacán, ubicó a la audiencia en el espacio –geográfico y mental– adecuado: «Estamos en territorio purépecha», recordó.
Con la presencia de poco más de una decena de realizadoras, comunicólogas e investigadoras, el foro concentró durante dos días las reflexiones de las creadoras en torno a la necesidad de tomar las cámaras para comunicar e incidir en el entorno, cambiar la narrativa impuesta por la mirada hegemónica y verse a sí mismas en la pantalla. «¿Cómo nos ha representado el cine a los indígenas?», cuestionó Cacari. «Es fácil: no lo ha hecho».
De acuerdo con las realizadoras, el cine ha retratado históricamente a la mujer indígena como una persona sin conocimientos, trágica, exótica, atrapada en el folclorismo y el estereotipo. «Siempre es representada como esta persona inculta, que no sabe nada», afirmó la cineasta y actriz mixteca Ángeles Cruz, ganadora del premio Ariel por el cortometraje La tiricia o cómo curar la tristeza, con el que debutó en la dirección. «Es una representación racista. La televisión, por ejemplo, nos ha hecho mucho daño. A lo largo de 20 años de carrera como actriz recibí los mismos personajes: la mujer sufrida, golpeada, sometida, porque supongo que no hay indígenas profesionistas… Puedo contar solo cinco personajes que hice que en verdad me conmovieron y me sacaron de eso».
Otro fenómeno de representación fallida, según las creadoras, es la noción de que el universo indígena es uno solo: la homogeneización. «Hay un México diverso, y los pueblos originarios son distintos, pero aún se nos quiere hacer pensar que solo hay un único prototipo del indígena», señaló la Zenaida Pérez Gutiérrez, coordinadora del Programa de Mujeres Indígenas del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, durante el segundo día de actividades.
Ante esto, no queda más que tomar las cámaras y apropiarse del cine. «Fue una lucha. Tuve que decir: no quiero hacer eso ya, no quiero hacer esos personajes. Quiero escribir otro tipo de personajes femeninos», dijo Ángeles Cruz, quien se encuentra ahora en la posproducción de su ópera prima Nudo mixteco, una cinta que explora otro de los puntos ciegos del cine: la sexualidad femenina indígena. «Pareciera que tampoco tenemos sexualidad y que el gozo sexual no existe cuando se trata de nosotras. Solo se nos sexualiza al representarnos como mujeres atacadas, violentadas, o que solo sirven para ser madres. Por eso hay que tomar al toro por los cuernos».
El regreso al origen
De acuerdo con lo compartido por las cineastas, la migración y el eventual regreso al lugar de origen es uno de los elementos en los que han coincidido en su camino hacia la expresión cinematográfica. «Salir me ha permitido conocer otras formas de ver. Creo que ninguna de nosotras es consciente de que es indígena hasta que salimos de nuestra comunidad. Adentro de ella éramos solo personas, compañeros», comentó la documentalista tsotsil María Sojob, cuyo documental Tote_Abuelo recibió en el FICM 2019 el Premio Ambulante y el premio de la Asociación de Mujeres en Cine y la TV.
Ejemplo de esta salida y retorno también es la realizadora Yolanda Cruz, quien, después de seguir a su hermana a Estados Unidos y estudiar cine en la UCLA de Los Ángeles, regresó a Oaxaca. «Me di cuenta cómo éramos representados, en documentales: nuestras vidas exóticas y tragedias, y dije, bueno, es que eso no es nuestra vida, así no somos. Decidí que iba a regresar a hacer cine en mi comunidad, pero me quería entrenar así que apliqué a la UCLA».
Asimismo, el encuentro de estas realizadoras con el cine se ha caracterizado por estar directamente ligado a una fuerte participación política y cultural. Tal es el caso de la documentalista Dolores Sántis Gómez, quien fue directora del DIF municipal de Chamula e impulsó la Cooperativa de Artesanas Mujeres Innovadoras del Arte Textil; o el de Magda Cacari, quien ha sido promotora de la radio comunitaria, fue la primera integrante mujer de la asamblea de su comunidad, autora de un libro de adivinanzas purépechas y también participó en la edición de un manual de producción de video en los pueblos indígenas.
«Todas las que hemos hecho cine o video en nuestras comunidades lo hemos hecho por una verdadera necesidad de comunicar», señaló Sojob.
Así le sucedió a María Candelaria Palma Marcelino, reciente ganadora de la beca Jenkins Del Toro, quien dejó su casa para irse a vivir sola a la ciudad de Acapulco a estudiar. «Yo nazco en Acapulco en una región de Cacahuetepec, que tiene 15 años de lucha contra la hidroeléctrica La Parota», contó en el foro. «Me pega mucho lo que eso le ha traído a la región porque ha hecho que las comunidades se peleen entre ellas. Antes del huracán Manuel yo vivía muy tranquila porque no conocía, pero a partir del mismo empiezo a subir a las 47 comunidades que están arriba y veo el contexto. Ahí me doy cuenta de que debo de hacer algo, ¿cómo? No sé. Pero encontré un llamado. Por falta de recursos no acabé la escuela, pero lo que aprendía lo replicaba en mi comunidad. Me involucré después de eso en la comunidad cultural de Acapulco y ahí es donde nace mi cortometraje Rojo«.
Esta mirada particular, junto con el conocimiento cinematográfico y la formación adquirida, le ha permitido a las cineastas cambiar poco a poco las narrativas. «Sí tenemos un arraigo fuerte con nuestro lugar de origen, no es como que estudiamos cine y ya nos olvidamos de lo que sucede. Pero ahora estamos hablando de las problemáticas de nuestras regiones y también de nuestros procesos personales, sin perder el vínculo con esa comunidad. Ya empezamos a hablar de nuestros sentimientos. Porque estamos acostumbrados a solo ver la lucha, al pueblo sumiso, sometido, estos encuadres de pies sucios o la majestuosidad de los trajes. Ahora seguimos hablando de esas luchas, pero a partir de nuestros conflictos personales», dijo Sojob.
Otro cine es posible
La realizadora y productora Luna Marán, cofundadora de proyectos de formación no escolarizada como el Campamento Audiovisual Itinerante y el Cine Too Lab en Oaxaca, habló de la dimensión comunitaria del cine que ella realiza –con la participación de los habitantes del pueblo–, y de sus puntos de conflicto con la formación académica que se ofrece en las escuelas de cine.
Como parte de la segunda generación de cineastas de Guelatao, Juárez, Marán creció en una comunidad de mujeres que ya llevaban varios años produciendo contenido audiovisual, por lo que empezó a trabajar en producciones desde muy joven.»Para mí lo que tiene sentido es la lógica de lo comunitario. Cuando yo entré a estudiar cine fue un cambio brusco para mí por la formación audiovisual y sus muchas divisiones. Está el director, el que tiene la idea, el que le va a gritar a todos. ¡Él es el maestro! ¡EL CINEASTA! ¿Por qué debe haber esas diferencias? Formarte como cineasta y asumir que la violencia laboral es parte de los usos y costumbres del cine es como ¿en serio?. Por eso quise generar procesos de formación para nosotras. Yo participé en la producción desde los siete años y a mí nadie me gritaba».
De acuerdo con Luna Marán, el cine de autor es solo una idea, que funcionó en un momento y contexto específico. «Respeto a quien se sienta un autor. Está bien. Pero llevamos 10 años de hacer cine comunitario en mi pueblo y nos organizamos, por ejemplo, en una asamblea de creativos. No es que todo el mundo haga todo, pero es como en una fiesta. Tú traes los refrescos, el otro trae las cervezas (ríe). Me parece bastante aburrido y pretencioso el que tú quieras poner todo. El cine es un acto de creación colectiva. El que hacemos se hace desde otro lado».
Las realizadoras coinciden, por su parte, en que el rescate de las lenguas originarias también es un elemento clave, ya que es a través de ellas que se mantienen vivas las distintas cosmovisiones de los pueblos originarios. «Hay que pensar el cine desde la lengua originaria, en lugar de pensarlo como siempre se hace, desde el español o el inglés», reflexionó María Sojob.
Para Magda Cacari, el estudio de una lengua originaria debería ser un orgullo, en lugar de un motivo de discriminación. «La mayoría de mis obras son habladas en mi lengua purépecha, para motivación de los niños a quienes se es inculca que es malo aprender una lengua originaria, que porque van a salir a la ciudad, y van a tener menos oportunidades, cuando no debería ser así. A nosotros nos toca a través del cine y la radio realzarla y que sea un orgullo hablarla en estos medios».
«Quiero contar mis historias desde mi cosmovisión», reflexionó, por su parte Ángeles Cruz. «De pronto pienso en el cine como una extracción, no nada más en nuestro territorio, sino de una extracción de nuestras cosmovisiones, porque nos regresan historias hechas por Walt Disney como si fueran nuestra cosmovision, del Día de Muertos, por ejemplo, y pretenden que lo consumamos como si eso fuéramos nosotros. Pero no: hay que hablar de lo que somos nosotras, a partir de lo que somos».
En el foro también estuvieron presentes las realizadoras Dinazar Urbina Mata, Ingrid Eunice Fabián y la investigadora Amalia Córdova, investigadora de la Institución Smithsonian. Asimismo, se proyectaron algunas de las obras de las realizadoras en un programa especial dentro del FICM 2019, además de que algunos de los títulos formaron parte de la competencia oficial.
«¿Qué pueden hacer los cineastas no indígenas para cerrar las brechas a fin de que haya mayor diversidad en el cine?». Luna Marán lanzó esta pregunta a la audiencia casi al finalizar el encuentro, a fin de abrir el diálogo y de invitar a toda la comunidad cinematográfica a que reflexione sobre este tema. Que empiecen las propuestas.
La entrada El cine no nos ha representado: cineastas indígenas en el FICM 2019 se publicó primero en Cine PREMIERE.
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