Hay muchas maneras de apreciar el ciclo de la vida. Una de ellas puede ser a través de las cuatro estaciones y qué mejor si las apreciamos con unas canciones, como se le ocurrió a Richard Strauss (1864-1949) un año antes de morir, cuando le puso música a cuatro poemas: Primavera, Septiembre y Al acostarse de Herman Hesse y La luz del atardecer de Joseph Eichendorff en Las cuatro últimas canciones que son una verdadera joya, sobre todo si las escuchamos en la voz de la soprano Elizabeth Schwarzkopf (1915-2006), quien llegó a interpretarlas en vida del compositor, fascinado de la vida cuando se dio cuenta que esta mujer había logrado darle a cada verso el tono y la inflexión que se requería para que nos llegara al fondo del alma.
“Elizabeth Schwarzkopf fue una de las más grandes cantantes. Su timbre era único en la voz y en la respuesta única a las palabras sobre todo en alemán, además de su carisma, su belleza y su capacidad actoral”, decía Edward Greenfield y como recordamos que lo demostró en el papel de la nostálgica Princesa enamorada de un joven en El caballero de la rosa.
Las últimas canciones son un diálogo amoroso que empieza en la Primavera luminosa y alegre:
Desde la penumbra de las cavernas soñé mucho tiempo con tus flores, con el azul celeste, con tus perfumes y con el canto de los pájaros. Ahora estás conmigo, vestida con tus más ricos atuendos, emanando una luz como si fuese un prodigio. Una vez más me reconoces y me invitas dulcemente hacia ti, mientras tiembla todo mi cuerpo por tu bendita presencia.
La vida continúa y, después de aceptar esa invitación, avanzamos hasta ver la luz que resplandece en Septiembre, al final del verano y el inicio del otoño, cuando se canta la vida con una melodía más tenue:
El jardín está en duelo, la fría lluvia se cuela entre las flores y todavía falta que terminen las tormentas del verano. Hoja dorada tras hoja dorada caen de la acacia. El verano sonríe azorado sobre el moribundo sueño del jardín. Por largo tiempo las rosas estáticas, en su anhelo por la paz, cierran lentamente sus grandes y cansados ojos.
Fatigados, llega la hora de Acostarse:
La jornada me ha fatigado y tengo ganas de acostarme y envolverme en la noche tormentosa como se arropa a un niño. Las manos abandonan el quehacer y la frente sin arrugas se olvida de algunos pensamientos; mis sentidos, entre tanto, desean hundirse en las profundidades del sueño. Y al mismo tiempo, mi alma alborotada desea volar, libres sus alas, para vivir intensamente el mágico mundo de la noche.
Y la voz de la soprano responde a cada una de las palabras de esta canción que la interpreta como nos gustaría hacerlo en vida, para que un día veamos La luz del atardecer:
Entre las penas y las alegrías hemos caminado de la mano; ahora, los dos descansamos de nuestro viaje sobre la quietud del campo. A nuestro alrededor, los valles se pliegan, mientras el cielo se obscurece y los pájaros vuelan intrépidos cruzando veloces el aire perfumado. Ven aquí y déjalos volar que pronto llegará la hora de dormir. Ven, para no extraviarnos en nuestra soledad. ¡Ah!, qué espaciosa y tranquila paz, profunda como la melancolía. Qué cansados estamos de tanto caminar -¿será esta, entonces, la muerte?
Los versos por sí solos no tienen el brillo que cuando los canta Elizabeth Schwarzkopf y los sublima para que, desde esa altura, se claven en el centro del alma.
Para acercarnos a lo que dice edité la versión bilingüe que está disponible, para tener una idea de lo que escuchamos y para confirmar la belleza de lo que es la espaciosa paz que nos ofrece mientras navegamos entre las olas, producto de la melancolía de Strauss, sin importar que “mi alma alborotada quiere volar” y todo parece que lo puede hacer.
(malba99@yahoo.com)
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