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Entrevista: Jesús Palacios, autor de ¡A mordiscos! sobre El vampiro con Germán Robles

A mordiscos El vampiro Germán Robles Jesús Palacios

Drácula (1897), obra maestra de Bram Stoker y consolidación del vampiro en el imaginario colectivo, ha sido fuente de inspiración de incontables películas alrededor del mundo. El cine mexicano no es la excepción con El vampiro (1957), que dirigida por Fernando Méndez y protagonizada por un brillante Germán Robles, no sólo contextualizó, sino que reinventó el mito tradicional con su fascinante conde Karol de Lavud.

La película y su protagonista han cautivado al público por generaciones. Ahora su legado se extiende todavía más con la edición actualizada de ¡A mordiscos! La increíble historia de Germán Robles, un vampiro español en México, donde el escritor y crítico Jesús Palacios explora la concepción del filme y el ascenso del entonces joven actor español con el que terminaría convirtiéndose en el papel de su vida.

¡A mordiscos! La increíble historia de Germán Robles, un vampiro español en México es publicado por Editorial Hermenaute y fue presentado en la 53 edición de Sitges Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña.

¿A qué atribuyes la popularidad de los vampiros en el imaginario colectivo?

El vampiro es, posiblemente, uno de los arquetipos sobrenaturales más universales y dúctiles de toda la mitología fantástica. Hay muchos factores que influyen en su poder sobre el imaginario colectivo. De un lado, su carácter como metáfora de la propia naturaleza humana, del hombre como depredador que para su supervivencia y crecimiento necesita alimentarse de los demás, de quienes son más débiles e indefensos. Por otro, su encarnación del ‘bello tenebroso’, una suerte de übermensch nocturno que vence a la muerte e irradia un magnetismo erótico fascinador, pero que, al tiempo, está condenado trágica y románticamente a esa misma impía inmortalidad. Además de estos aspectos obvios, hay muchos otros: el vampirismo como metáfora de la enfermedad contagiosa –de la peste al SIDA o ahora la COVID-19–, de las clases dominantes y el capitalismo que desangran al proletariado –el vampiro marxista–, como invasor extranjero –el vampiro xenófobo–, como acosador sexual –íncubos y súcubos–, como femme fatal y vagina dentata –la vampira y su versión ‘laica’: la vampiresa. En definitiva, es un contendor pluscuamperfecto para toda suerte de sueños y pesadillas húmedas de la humanidad.

Hablando concretamente de la película El vampiro, ¿qué papel ocupa en la cinematografía mundial?

Uno que, con el tiempo, se ha ido reconociendo como cada vez más importante. De ser digamos que tan sólo un ejemplo exótico del género, ha pasado a gozar de un seguimiento de culto, justo y merecido. Por ejemplo, se trata de la primera película –al menos en Occidente– donde el vampiro muestra sus colmillos, un exceso gráfico que el Código Hays no permitió a Lugosi (Drácula), Carradine (La guarida de Frankensetein, 1944) y el resto de chupasangres de Hollywood. Por otro lado, como reconoció el propio Christopher Lee (Drácula, 1958), el carisma erótico y la apostura aristocrática a la par que sexual del Lavud de Germán Robles le sirvieron de inspiración para su propia interpretación del mito. Es decir, que más allá de su importancia dentro del cine fantástico azteca se ha convertido también en un título de referencia a nivel mundial.

El vampiro Germán Robles

¿Por qué importar una figura extranjera como son los vampiros en un país como México que tiene tantas leyendas de fantasmas y aparecidos?

Por la universalidad del mismo como símbolo y metáfora, tal y como comentaba antes. En efecto, México, como todos los países hispanos e iberoamericanos, posee su propio y muy rico acervo sobrenatural, que se beneficia además de la fusión de elementos indígenas, precolombinos y paganos con los coloniales procedentes de España y Europa. De hecho, abundan las producciones de terror mexicanas donde aparecen momias aztecas, mitos coloniales como La Llorona, cultos precolombinos, etc. Pero el vampiro en su versión ‘draculiana’, el arquetipo gótico anglosajón ejemplarizado por Le Fanu (Carmilla, 1872) en femenino, por Polidori (El vampiro, 1819) en masculino y finalmente cristalizado en el Drácula de Stoker, posee tales características únicas, como hemos visto, que es inevitable que sea adoptado, de una u otra forma, por todas las culturas. Ocurre lo mismo en el cine y la literatura española e hispanoamericana o en Japón. Tampoco existe un vampiro africano autóctono y el personaje se ha implantado igualmente en su imaginario. Es inevitable y otra prueba de la resiliencia y adaptabilidad del personaje.

Estudios indican que los vampiros son atrayentes para el público porque tienen algunas de las cualidades más anheladas por el ser humano, incluyendo el poder sobre la muerte. ¿Cuáles serían las reflejadas por El vampiro?

Creo que parte de lo que ya apuntamos antes: su inmortalidad, pero también su inmoralidad. No le importa destruir a quienes son más débiles para apoderarse de su sangre, su energía y sus vidas, sean mujeres o niños. Es especialmente escalofriante la secuencia en que da muerte a un muchachito campesino, con todas las implicaciones de ambigüedad sexual y perversidad que irradia la escena y que hoy sería impensable. Todo vale para su supervivencia. Al mismo tiempo, se ha romantizado un poco su condición, convirtiéndole también en seductor, galán de la noche, Casanova con colmillos… a la par que con el encanto trágico del solitario, el condenado, un antihéroe que, eso sí, en la película de Méndez no sufre remordimiento alguno y es pura maldad, ambición y lujuria. Nadie querría ser la Criatura de Frankenstein, ni el Dr. Jekyll o la momia, algunos querrían quizá ser el Hombre Lobo, pero casi todos y todas hemos soñado alguna vez con ser vampiros, al estilo Drácula o Lavud, por supuesto.

¿Qué tan importante fue Germán Robles para el éxito de El vampiro?

Mucho. Creo que fue decisivo en varios sentidos. Por un lado, se trataba de un rostro nuevo, un actor desconocido para el gran público, que tan sólo poco antes había debutado en el teatro, y eso daba un relieve mucho más convincente, amenazador y sorprendente al personaje. Si lo hubiera interpretado, como fue la primera intención, una estrella mexicana, como Carlos López Moctezuma, creo que el impacto hubiera sido mucho menor. Además, el acento español de Robles, muy distinto al mexicano, subrayaba el origen extranjero del vampiro y lo hacía más siniestramente aristocrático. Y, por supuesto, su presencia física: alto, estilizado y adusto, como salido de un cuadro de El Greco, pero capaz de mostrar una lujuria rapaz casi animal.

A mordiscos El vampiro Jesús Palacios Germán Robles

¿Merece Germán Robles ser equiparado con leyendas del terror mundial como Bela Lugosi o Boris Karloff?

Desde luego. Pero en sus propios términos, claro. No tuvo una dedicación tan exclusiva al terror como ellos, y tampoco la cinematografía mexicana del género es comparable a la del Hollywood clásico. Pero al igual que México ofrece estupendos ejemplos autóctonos de cine fantástico y de terror, sobre todo en su edad dorada alrededor de los estudios Churubusco y las producciones de ABSA, con muchos títulos que no tienen nada que envidiar a la mejor Serie B, Germán Robles en su papel de vampiro es todo un icono de culto, aunque quizá más cerca de ‘monstruos menores’ como Jacinto Molina (Paul Naschy), Narciso Ibáñez Menta o incluso Klaus Kinski, que de los mencionados Lugosi y Karloff.

De ser así, ¿podríamos decir que el Santo es el Van Helsing mexicano?

Hombre –ríe–, en realidad, el vampiro de Robles nunca se enfrentó a El Santo, por suerte para él. Sí es cierto que El Santo –como también Blue Demon, Mil Máscaras, Mantequilla Nápoles y otros– combatió vampiros y vampiras, momias charras, alienígenas y todo tipo de criaturas fantásticas, pero sus métodos son más bien los de un superhéroe o un justiciero de serial que los de Van Helsing. Más puños y menos ciencias, ocultas o no.

Una de las propiedades simbólicas más importantes en la obra de Bram Stoker es la colonización invertida con la criatura desplegando su poder en el mundo civilizado de Inglaterra, mientras que El vampiro respeta la vía tradicional con un monstruo europeo reclamando sus dominios en tierras americanas. ¿Qué tan importante fue la alteración de este símbolo para el éxito de esta última película? ¿Habría tenido el mismo poderío de un modo inverso, digamos con un vampiro mexicano en territorio europeo o estadounidense?

Uno de los grandes aciertos de El vampiro es, precisamente, contraponer al villano europeo con los campesinos y hacendados mexicanos, convirtiéndose así, quizá de forma un tanto inconsciente, en un símbolo del colonialismo. Tiene su gracia que Lavud pretenda que le sean ‘devueltas’ unas posesiones que, por supuesto, son en realidad suelo mexicano. Pero yo creo que, fundamentalmente, Méndez quería seguir el modelo de Stoker: un extranjero misterioso que llega a un país ajeno para instalarse y cometer sus fechorías, digamos que en secreto. En ese sentido, sigue siendo también un personaje que representa cierta xenofobia y rechazo del Otro. No sólo no es humano sino que procede de un país lejano, con una lengua y unas costumbres distintas. La diferencia con Drácula, como bien dices, estriba en que aquí más que un siniestro infiltrado es un conquistador reclamando sus derechos. Algo que al estar interpretado, precisamente, por un actor español de aspecto aristocrático, subraya la metáfora del colonialismo, por mucho que Lavud provenga de Hungría y no de España.

Dracula Bram Stoker Francis Ford Coppola Gary Oldman

Drácula inspiró películas como El vampiro y Nosferatu (1922), y fue adaptada por Tod Browning y Francis Ford Coppola (Drácula, 1922). ¿Crees que este personaje podría volver a ser trasladado con éxito al cine contemporáneo o que ha perdido popularidad ante la actualización del mito vampírico?

No creo que Drácula haya perdido un ápice de popularidad. En realidad, sigue siendo uno de los personajes de ficción más universales, intemporales y conocidos del mundo entero, más incluso que otros mitos como Tarzán, James Bond o Sherlock Holmes. Mientras piratas, indios y vaqueros, espadachines e incluso otros monstruos como momias, licántropos y criaturas artificiales al estilo Frankenstein se han desdibujado, han atravesado momentos de total olvido y sólo reaparecen a menudo en formas muy diferentes a las originales o en expresiones nostálgicas, el vampiro ‘draculiano’ permanece altivo entre todos y, si bien sufre también cambios, mutaciones, humillaciones y tropelías, sale siempre triunfante. Lo cierto es que nadie ha rodado todavía una versión estrictamente fiel a la novela de Stoker, ni Coppola, ni Jesús Franco (El conde Drácula, 1970), ni otros que así lo afirmaron lo hicieron realmente, así que todavía queda esa asignatura pendiente, que seguramente nadie aprobará jamás. Por otro lado, con mayor o menor éxito, las versiones y perversiones del personaje no desaparecerán nunca. Y como ya hemos visto, la moda de las series le ha dado nueva vitalidad, aunque siempre acompañada de polémica, como en la última miniserie de la BBC y Netflix creada por Mark Gatiss y Steven Moffat (Dracula, 2020).

¿A qué atribuyes el fracaso del último gran Drácula del cine hollywoodense: Dracula La historia jamás contada (2014)?

Como ocurre a menudo en Hollywood, se trata de un fracaso relativo. Al final, entre ventas al mercado digital, Blu-ray, plataformas y televisiones, la película no ha ido tan mal. Desde un punto de vista cinematográfico y artístico tampoco es una mala película. Lo que no es, por supuesto, es una película de terror. Es, simplemente, otra mutación más del mito que lo reconvierte, muy a la moda del siglo XXI, en un superhéroe oscuro, más cerca de un Batman medieval o un Hellboy que del personaje de Stoker. En ese sentido, para los fans del personaje original como arquetipo del horror gótico, sí que es un fracaso, por supuesto. Pero tampoco es la primera vez ni será la última en que el cine o el cómic e incluso la literatura, hagan de Drácula un ‘caballero oscuro’ que utiliza su poder maligno para luchar por el bien.

¿Qué tanto daño han hecho franquicias como Crepúsculo (2008) al vampiro? ¿Podemos decir que el mito está en peligro?

Una vez más, aquí el vampiro muestra su doble cara. Sin duda, Crepúsculo ha hecho mucho daño al personaje como epítome del mal, como criatura de la noche, amoral y diabólica… Pero también ha contribuido a mantener viva su no-muerte para nuevas generaciones, generando además polémica y respuestas en torno al mito, lo que ha sido bueno. Por otro lado, no hay que culpar tan sólo a la saga de Crepúsculo. Es el resultado lógico de la deriva del personaje hacia el ‘bien’ a través de los elementos sentimentales, humanos, humanistas e irónicamente ‘morales’ y hasta moralistas que se le han ido añadiendo a la criatura original. Ya la serie de Dan Curtis con Jack Palance y guion de [Richard] Matheson (Bram Stoker’s Dracula, 1974), por otro lado excelente, introdujo el subtexto romántico de la amante muerta de Drácula y su reencarnación en Mina, algo ausente en Stoker y que procede, en realidad, de las películas de la Universal sobre la momia. El filme de [John] Badham (Drácula, 1979) hace lo mismo, y Coppola lo remarca hasta la náusea.

Anne Rice hizo lo suyo al contraponer al vampiro amoral, decadente y perverso que encarna Lestat, ese otro vampiro víctima, perseguido por su conciencia y que opta por alimentarse de ratas antes que de humanos, representado por Louis. Peor aún: según avanzan sus Crónicas Vampíricas (1985), el propio Lestat encuentra la redención. De ahí a los vampiros ‘de luz’ de Crepúsculo hay sólo un batir de alas de murciélago.

Es un proceso que les ha ocurrido también a otros monstruos y villanos: cuando gustan demasiado, es como si necesitáramos que dejaran de ser malos, para sentirnos mejor y más tranquilos con nuestra conciencia, cuando en realidad nos gustaban precisamente por ser malos. De la catarsis y sublimación de nuestra propia maldad pasamos a la hipocresía santurrona sin pensarlo y, de repente, vampiros, licántropos, psychokillers y hasta zombies acaban por ser ‘los buenos’ de la historia y, por tanto, pierden su verdadero encanto, interés y esencia. En el caso del vampiro es un proceso al que no es ajena tampoco su adopción por la cultura Goth juvenil, la música pop oscura y los modernos cultos y asociaciones vampíricas legales, con su filosofía más o menos luciferina.

¿Por qué dedicar un libro español a una película mexicana como El vampiro?

Un vampiro mexicano es primo hermano nuestro. Pero además, en este caso, hablamos de un actor asturiano, español y gijonés, que nunca perdió el contacto con su familia en Asturias, y cuyo padre y abuelo fueron artistas muy significados política y socialmente en nuestro país. Me parecía un acto de verdadera justicia escribir este libro, que es producto además de un homenaje a Robles que le dedicó la Semana Negra de Gijón en 2008, donde tuve la suerte de conocerlo personalmente y comprobar que era una persona excelente tanto como un personaje fascinante. Hay algo de justicia poética en este libro, pues mientras Germán Robles fue unánimemente alabado no sólo en México sino también en Francia, Inglaterra o Estados Unidos por su papel de vampiro, en su país natal estaba casi ignorado, como se ignoraba también su espléndida carrera actoral en todo tipo de cine, teatro, televisión y doblaje. Al mismo tiempo, México nunca le concedió la nacionalidad, desconozco exactamente los motivos…

En cierto modo, es como si el propio Germán fuera un vampiro entre dos mundos, sin pertenecer del todo a ninguno. Espero que el libro refleje lo mucho que hoy le admiran los fans del terror españoles y lo mucho que se le quiso y se le quiere en su patria chica.

El mito del vampiro ha evolucionado a través del tiempo y hay quienes lo han comparado con una enfermedad según la época, como por ejemplo la sífilis en la civilización. En nuestro caso, ¿crees que podría cambiar o adaptarse después de esta pandemia?

Seguro que lo hará. Uno de los elementos del vampiro o, mejor dicho, del vampirismo, más potentes es su transmisión vírica y asociación con la enfermedad, el contagio… Y la adicción. No olvidemos la cantidad de veces que películas como Cuando cae la oscuridad (1987) de Kathryn Bigelow o Adicción (1995) de Abel Ferrara han jugado con esta metáfora, y si en el siglo XIX se hablaba del vampirismo en relación a la sífilis o la peste, en el XX fue también símbolo del SIDA, con todas sus implicaciones tanto estupefacientes como homoeróticas, de las que está sin duda plagado el personaje. Así que sí, seguramente la COVID-19 también acabará por influir en el mito del vampiro del siglo XXI. O a la inversa. En cualquier caso, si sobrevivimos, seguro que seguiremos siendo adictos al vampiro.  

Dracula Bela Lugosi

La entrada Entrevista: Jesús Palacios, autor de ¡A mordiscos! sobre El vampiro con Germán Robles se publicó primero en Cine PREMIERE.

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